domingo, 9 de octubre de 2011

I


Un teléfono protestaba insistentemente sobre el elegante escritorio de caoba de diseño moderno. El incesante timbre era tal que invadió la hermética y oscura oficina. Pareciese ser una llamada completamente inadecuada para ser las 2 de la madrugada, sin embargo aquella, distaba mucho de ser una noche normal.
Aquella pulcra oficina de gerencia había sido adquirida después de constantes desvelos, cúmulos de horas extras coleccionadas y una procesión de cumpleaños perdidos. En un par de horas, el señor Jiménez podría perder aquello que tantos años le costase conquistar: su más reciente asenso como gerente de marketing de unas oficinas de seguros en Santiago Centro. Unos cubos de hielo tintineaban al chocar entre sí, desde el vaso que sostenía su mano izquierda. Mientras que su temblorosa diestra levantaba el auricular. 
–¿Y… y  bien? –Preguntó  con el poco aire que el nudo en su garganta le permitió botar.
–Señor, tiene casi todos los huesos rotos y una hemorragia interna en su cabeza- sentenció una voz ronca que salía del aparato- en estos momentos fue ingresado a cirugía. Los médicos dijeron que el sólo hecho de que haya llegado vivo es un milagro de por sí.
-Esperemos que el hueoncito tenga más suerte- dijo  con inquietud el gerente mientras miraba con incertidumbre las incontables luces que cubrían el skyline nocturno santiaguino. Para su fortuna, habían logrado reaccionar a tiempo. Llamaron inmediatamente a la ambulancia y retiraron el automóvil sobre el cual anidaba el cuerpo.
Definitivamente la suerte jamás estaría desprovista de ironía, pues si se sabía que un funcionario de una corredora de seguros se suicidó en las mismas instalaciones, la imagen de la empresa se vería seriamente dañada. Más aún en la nueva campaña publicitaria, que con tanto esmero había supervisado el señor Jiménez. Sin embargo, si se sabía que un funcionario falleció en sus oficinas, correrían cabezas… La suya para ser exactos. Su única esperanza era que el infeliz sobreviviese para poder mantener lo ocurrido bajo control.
–¿Señor?- preguntó la voz del otro lado del auricular para asegurarse que lo dicho hubiese sido entendido.
–Si…-balbuceó el gerente saliendo de su ensimismamiento. Calculaba las posibilidades de escapar a tan lapidario destino.
–Según tengo informado, el trabajador se llama Marcos Moreno, y recientemente se había enviudado por un accidente de tránsito y según corre el rumor… ¡Ja! Motivos suficientes como para considerar suicidarse, pero, la compañía podría desligarse, aduciendo que eran motivos personales y que…
–¡El infeliz saltó desde nuestras oficinas! ¡Ese hecho no puede ocultarse si el cabrón estira la pata!- gritó el hombre de gerencia rompiendo la aparente calma que había logrado proyectar tras el silencio. Estaba prácticamente ofuscado.
Dio un par de vueltas por la oficina, como si caminar sobre la alfombra aterciopelada le ayudase para cuajar las ideas. Finalmente se detuvo y tomó un sorbo de su acabado whisky.
–Quédate y mantenme informado y que ni se te ocurra hablar de ello- gruñó el señor Jiménez, quien, sin esperar una respuesta, apagó el teléfono. El hecho de que el desgraciado siguiese con vida debiese abrirle la pequeña e ilusa esperanza de que su futuro no se escapase de sus manos como el auricular que hace unos momentos empuñase. Pero al fin y al cabo, no podía valerse de una ilusa esperanza.     
–¡¡¡Por la chuucha!!!- se escuchó del solitario noveno piso.
La trayectoria del vaso cruzó por la habitación, dejando caer un par de hielos al piso, antes de estrellarse contra el reloj que marcaba las 2:53 de la madrugada. Incontables esquirlas traslucidas se precipitaban sobre el alfombrado piso de la oficina del señor Jiménez.

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