Ningún haz de luz podía colarse ante
tan poblada vegetación. Estaba en un bosque extraño y no recordaba cómo llegó
ahí. Miró a su alrededor y vio unos árboles en su máximo esplendor, rebosantes
de frutos de variados colores. Lo que contrastaba radicalmente con sus vecinos marchitos.
De sus ramas colgaban cascabeles oxidados. Lo que le pareció ser un patético
intento por aparentar los frutos de los primeros árboles. De igual modo una
cosa tenían en común: era una vegetación falsa. Como si fuese de utilería.
Aquel era, sin lugar a dudas, el bosque más grotesco en el que él había estado.
Y sin embargo, sabía que ya había estado ahí anteriormente.
-¿Hola? ¿Hay alguien por aquí?- preguntó al
aire con las manos a los costados de su boca para amplificar el alcance de su
voz. Sin embargo no recibió más respuesta que el estremecer de los arboles.
Varias hojas, jóvenes y resecas, cayeron al mismo instante al compás de los
cascabeles. Aquello le estremeció. Gritar no fue una buena idea.
De pronto, sintió unos ojos posarse
sobre él. Miró con disimulo alrededor, pero no encontró más que el mismo
escenario. No sabía dónde se encontraba exactamente, pero intuía que estaba
detrás de él. Sentía, como si cualquier movimiento en falso pudiese gatillar la
inminente emboscada. Sabía que si permanecía allí sería historia. De pronto,
una brisa rozó su nuca. Si había una corriente de viento, seguramente habría un
paso por donde el viento podía pasar y, si tenía suerte, él también. Pero debía
ser ágil, de lo contrario perdería la ventaja. Simuló atarse sus zapatillas,
constando la dureza del piso, que no era de tierra, sino que de greda reseca y
de tono turquesa. Se incorporó en una fracción de segundo, para impulsar su
primera zancada. La carrera había empezado.
No sabía cuánto tiempo llevaba
corriendo, pero tenía la sensación de haber pasado por el mismo tramo más de
una vez. Sus energías menguaban y su respiración se volvía entrecortada e
irregular. Su estado físico no era el mejor, pero sabía que si se detenía sería
comida de lo que fuera que le estaba persiguiendo.
El sonido del galopar de la bestia
mantenía el mismo ritmo que en un comienzo. Y el jadeo que emitía no era propio
del cansancio, sino que de la pura emoción. Parecía como si hubiese estado
encerrado durante muchísimo tiempo.
Estaba empapado de sudor y sus
extremidades estaban completamente agarrotadas. No había modo de que pudiese
escapar si no encontraba una ruta alternativa. ¿Pero cómo hacerlo con una
bestia literalmente comiéndole los talones? Instintivamente cambió la dirección
de su carrera y notó al instante que un pasaje cubierto de espinos se abría
ante él.
Atravesar la maraña de espinas fue
trabajoso. Las espinas se incrustaron en su ropa y carne. Pudo ver un sendero
en pendiente en frente de él. Un sudor frío –mezclado con sangre- recorrió su
rostro. No podía detenerse así que emprendió la subida cojeando, pero aliviado
por la aparente distancia que había ganado respecto del animal.
Pronto notó que los arboles
desaparecieron, como si de la nada atravesase otra escena, en la que subía por
un estrecho paso rocoso. Ya no sentía el cansancio por la carrera emprendida
pero aún así, el camino era irregular. Su mano se apoyaba en la pared de
piedra, sin embargo sentía unas hendiduras afiladas. Notó que estaba plagado de
diversos símbolos grabados de distintos estilos, esculpidos por distintas
manos. Lamentablemente no pudo detenerse a examinarlos, pues un tétrico aullido
inundó la montaña.
–¡Maldición! ¡¿Es que no se cansa?!-
pensó quebrantado. Sin embargo la respuesta fue pronta y evidente. Sintió el
peso del juicio de aquellos ojos ámbar. La bestia se encontraba enfrente de él.
Por primera vez pudo verlo de frente y le pareció que su persecutor tenía la
masa de un enorme oso pero con rasgos predominantemente caninos. Gallardo, pese
su raído pelaje oscuro con breves destellos azulinos, la criatura se quedó fija
ante él. Se produjo un silencio entre ambos, como si la bestia midiese cada uno
de los aspectos de su alma. Era extraño, pero si fuese un creyente, juraría que
lo conoció en una de sus vidas pasadas. Finalmente la criatura terminó su
juicio y profirió un largo gruñido, como si el aire lograse colarse
forzosamente por sus colmillos. Finalmente dejó escapar un ladrido que sonó a
mandato.
Se dio vuelta para contemplar un
abismante panorama. Quedó enfrente de un precipicio. Una suave brisa se hizo
presente. Era agradable y sugerente. Casi intoxicante. Le acariciaba la espalda
y le empujaba suavemente para impulsar un primer último paso. Ya nada podía
hacer. Notaba cómo aquel risco se alejaba rápidamente de él. Mientras caía aceleradamente,
un aullido se ahogaba poco a poco.
Muy buena narrativa. Siga escribiendo!
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